Como un castigo divino a mis fechorías de la infancia y a mi eterna pereza aquel que está más allá por encima de todo y todos, entiéndase el todopoderoso, se jodió mi drive externo. Era de suponerse, me dijeron en Teckserve. Todos los discos duros se joden en algún momento solamente es cuestion de esperar. Como la vida de una persona, la vida de un external drive es una constante espera de la caída final. El drive no dio ninguna advertencia, ningún sonidito o algún coff coff que me hiciera pensar que la noche siguiente todo el trabajo de meses se estancaría en una especie de purgatorio entre el drive disfuncional y la posibilidad de recobrar su memoria. Aquellos que se dedican a la recuperación de memoria saben de su negocio y cobran caro, muy caro. ¿Cuánto valen tus recuerdos? me preguntaron. ¿Cuánto valen? Y me di cuenta de que no son tan caros, o que si lo son me es imposible pagar esa suma estratosférica que va más allá de los dos ceros, que para cualquier artista en exilio que se precie de serlo comprenderá que es demasiado. Me quedé con mi drive amnésico y a cuenta gotas extraje lo que pude, algunos archivos por aquí, otras imagenes por allá y esta maravilla de la corrupción. La encontré de suerte hace un momento y me enloqueció la combinación de colores, las líneas como de persiana digital y el desface informativo. Ahora, porsupuesto, intentaré jugar a la corrución hasta lograr una serie similar a esta imagen. Con tiiempo, claro, que el verano me derrite y se agolpan todos los pendientes en una semana que ya se desvanece.
Vale, saludos y hasta pronto.
25.6.10
Corrupted File
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